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December 22, 2015

Ansiedad Social y Planificación de la Boda: Lo que aprendí. {Español y Inglés}

Flickr/Mysi

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A mis cortos pero bien vividos 27 años, mi gran reto han sido las relaciones: familiares, amorosas, amistosas.

Los demás seres humanos no son mi fuerte—la idea de interactuar con alguien por demasiado tiempo me causa pánico, ansiedad y miedo.

Nunca he podido explicar a qué se debe esta “ansiedad social,” pero sí he podido ver la manera en la que mi vida se ha visto afectada irrevocablemente por la misma. Me he convertido en la maestra en hacer planes para luego cancelarlos. Ideas que parecen tan divertidas al momento de escucharlas, suelen convertirse en molestos habitantes de mi cerebro durante toda una semana y la única forma que tengo de liberarme de la presión es cancelando, desapareciendo, fingiendo la muerte de algún familiar.

Los síntomas ya son comunes—preocupación inexplicable, sensación de que algo saldrá inminentemente mal, creencia de que me harán preguntas que no quiero responder, y un sentido general de malestar. Algunas veces va acompañado de dificultad para respirar, dolor muscular y dolores de cabeza. Para el mundo exterior puede parecer una reacción extrema, pero manejable, de verdad piensan que si pensamos positivo y si nos llenamos de valor podemos sobrevivir a estos episodios.

No es cierto.

Admito que en ocasiones mis temores superan la realidad, y que luego de que me encuentro en un sitio, he podido manejar la presión y hasta puedo disfrutar. Estas excepciones suelen darse en eventos con personas que me conocen desde hace años y ya saben que esperar de mí. Solo sucede cuando me siento completamente cómoda con el ambiente. No muy a menudo.

Esta característica particular no se hizo extrañar a la hora de planificar el día más importante de mi vida. Mi actual pareja y futuro esposo se ha tenido que hacer experto en mis cambios de humor y de parecer. Desde el momento en que tomamos la decisión de casarnos planteé en chanza la posibilidad de sólo escaparnos a algún sitio, buscar un juez y decir cuánto nos amamos en privado, solos, ante nuestros corazones. Sé que suena romántico, y estoy segura de que no soy la primera en pensar en esto, pero obviamente el romanticismo no era la única razón que tenía para plantear esta alternativa.

Mi prometido y yo vivimos en países diferentes, y yo soy quien va a trasladarse para que estemos juntos, él ha sido un ángel al ayudarme con todo el papeleo y los preparativos. pueden imaginar como la idea de dejar todo atrás y enfrentarme a una nueva vida me hace sentir. Lloro solo de pensar en despedirme de mi familia.

Así que la simple idea de planear una boda, de tener invitados, de tener que pedirles a personas que sacasen de su tiempo y de sus recursos aunque solo fuese por unas horas, me hacía pensar en cachorritos muertos. La histeria se apoderaba de mi porque estaba consciente de que no todos mis seres queridos podrían asistir.

Por supuesto, cobarde al fin, fui incapaz de compartirle esto a mi prometido y permití que creyese estaba planificando la boda de mis sueños. Incluso mis amigas me decían, “Tú de verdad quieres una boda; no engañas a nadie con las quejas.” Creo que aún hay personas que lo creen.

Y así se planeó una boda, en la que lo único con lo que siempre soñaba era un vestido rojo, girasoles en mis manos y el hombre en quien confío. Tardé dos meses para darme cuenta de lo loca que me estaba volviendo el imaginar ese día. Pensar en complacer a tantas personas, en hacerlos felices, en disfrutar de algo que no me hacía sentir cómoda en absoluto, eran ideas que estaban acabando con mi paz mental y con mi estado físico. Se me estaba cayendo el pelo.

La ansiedad es una realidad con la que todos en un mayor o menor grado lidiamos, y es por lo general el resultado de una decisión que no hemos tomado. Interrumpir nuestros demonios internos en su danza retadora, pero se hace necesario si queremos la paz que trae la integridad. Es por esto que una mañana, en medio de mucho llanto y tras conversarlo con las mujeres de mi vida (que aún piensan que yo hubiese querido una boda) me armé de valor y le dije a mi prometido lo que quería. A él le costó entenderlo y a mí me costó explicarlo, pero logramos hacernos la idea de lo que era mejor para todos al final. Si es que quiere casarse con un ser humano que aún respire.

A sólo cuatro meses de la fecha predestinada de la boda, hemos tenido que hacer compromisos. Yo me salgo con la mía y me caso en un juzgado, y para complacerlo a él, tenemos que almorzar luego con su familia que son “solo” 25 personas (mucho menos que las 80 que estaban inicialmente invitadas).

Lo que he aprendido de tener el valor de hablar con mi prometido y de cambiar los planes, luego de haber pagado el depósito del local en el que se iba a celebrar la famosa boda; es que siento que me estoy cuidando a mí misma y que estamos tomando una decisión que a la larga está orientada al bienestar de nuestra relación. La clave fue encontrar el balance en el que no sucumbí por completo al miedo, pero no me expuse al dolor de la incomodidad, como estaba a punto de hacer por los beneficios de ser “normal” y de agradar a los demás.

Como resultado de haber tomado esta decisión ya puedo dormir sin despertarme a mitad de la noche llena de preocupación, y en que ya no siento que mi cuello es un ladrillo de construcción sobre mis hombros. En otro momento de mi vida hubiese mostrado mi descontento dos semanas antes de la boda, con lagrimas en mis ojos y alcohol en mi estómago, sintiéndome culpable por arruinarles la vida a todos. Ahora me doy cuenta de que ninguna persona que me ame realmente me quiere ver infeliz, y que comunicar como  me siento es la única forma de lograr liberarme de la presión en el pecho y las preocupaciones de mi mente.

Tomar decisiones sobre qué hacer y como sentirnos antes determinadas situaciones ayuda a mantener nuestra cordura, manteniéndonos en el presente.

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Relephant:

Respiro y me encuentro. 

 

Autora: Annie Jimenez

Editora: Yoli Ramazzina

Foto: Flickr/Mysi

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